Nací el año del golpe de Estado en una ciudad de la margen izquierda de la ría de Bilbao. Mi padre decidió llamarme Haizea. Padres progres y hippies… ¿qué le vamos a hacer? Haizea significa “viento”, así que, con estos mimbres, no tenía todas las papeletas para dedicarme a algo artístico.
A una edad muy temprana, decidí marcharme a Madrid con los pocos ahorros que había juntado trabajando de camarera en verano, es decir, con una mano delante y otra detrás. Con 19 años intenté entrar en la RESAD por primera vez, pero fue inútil. En lugar de rendirme, me metí en una pequeña escuela en Antón Martín y me entregué a la vida bohemia. Pronto me acogieron en su propia compañía y allí descubrí el rigor teatral, el enfrentamiento con el público y, sobre todo, el amor por lo que hacía.
Pero pasó factura… Trabajaba en la compañía, en un call center, de camarera… hasta que exploté como una palomita. Necesité tres años de descanso antes de emprender mi gran viaje a Cuba, a la Escuela de Cine de San Antonio de los Baños. Allí, una gran maestra me dijo algo que me marcó:
“Tú debes ser profeta en tu tierra”.
Y le hice caso. Cuando volví, tomé una decisión: me presentaría de nuevo a la RESAD y me sacaría el título. Y así fue. Hoy soy egresada de la RESAD en la especialidad de Teatro del Gesto.
Con todo lo aprendido, regresé a Bilbao, a mis orígenes. Llevo nueve años aquí y, la verdad, soy afortunada: no he parado de trabajar.